ALEJANDRO DE VALOIS - LA GLORIA DEL CARDO

lunes, 8 de junio de 2009



Alejandro Eduardo de Valois, coronado Enrique III de Francia, hijo adoptivo predilecto de la bruja Catalina de Médicis, pasaba por ser el hombre más apuesto y voluble de todo el Reino. Sus largos rizos castaños caían en cascadas por su manto blanco de bordados dorados y sus manos igualmente albas diseñaban volteretas espaciadas en el aire con un pañuelo de gasa encharcado de esencias venecianas descubiertas en su último viaje de placer.
Los bellos ojos oscuros apenas giraban en las órbitas con el zambullido interrumpido del Salón. Canseliet, secretario particular de su primo y cuñado Enrique de Navarra actualizaba el Monarca en las fechorías de Hercule, su hermano menor aliado de su peor enemigo, el baluarte de la Cristiandad Romana, el tercer Enrique, apodado cara cortada, de Guise. Pero Alejandro, bajo el aburrimiento mortal que le causaban la Política francesa y por supuesto las Religiones en general, detalle compartido con el segundo Enrique, disponía de un mundo interior riquísimo, efervescente, felizmente oculto, donde se refugiaba de la estupefacción exterior. En este mundo, influenciado en gran medida por Catalina, la melancolía imperaba con sus signos flamantes dibujados en un corazón de pergamino. Pensar en Catalina era recordar à Petit Junot, su ángel favorito, tan rubio, tan ingenuamente bello, cuanto se arrepintió de no haberlo llevado à Polonia consigo, ahora, ni Polonia ni Petits, Catalina casi los sacrifica à todos con el Jacobino apóstata, mil veces maldito. Cuando Carlos agonizaba de una dolencia incurable, el Jacobino le sugirió recurrir à la necromancia, en especial el “oráculo de la cabeza cortada”cuya operación exigía la decapitación de niños dotados de gran belleza y inocencia. Al ver su grupo de ángeles tan reducido le informaron que Catalina se los llevaba siempre à medianoche y en secreto para la capilla del palacio a tomar la primera confirmación y después, en la habitación del agonizante se celebraba una especie de misa del diablo, delante de una de sus imágenes y en presencia de una cruz inversa, el hechicero preparaba dos hostias, una negra y una blanca. La blanca era dada al niño vestido de bautismo, acto seguido les separaban la rubia cabecita del tronco tantas veces amado y aún palpitante de vida colocada en cima de la hostia negra, convocando al demonio que se dignase proferir un oráculo a través del instrumento dispuesto. El oráculo no salvó al entonces Rey de Francia y él la perdonó entonces, no era acaso el producto igualmente fiel al original?
El bullicio que anticipaba un anuncio en el gran salón interrumpió sus pensamientos y el extendido informe de Canseliet que no era escuchado muy atentamente.
El anuncio de que se presentaba un tal Jordanus Brunus Nolanus, Maestro en Filosofía y Artes no contribuyó à disminuir las innumerables chácharas que se reproducían casi al unísono dentre los más variopintos grupos. Súbitamente, el vocerío acalló y Alejandro levantó la vista intrigado: en medio del salón se había detenido la figura más rocambolesca si cabe de su entorno, la capucha negra del hábito dio paso à una mata de pelo igualmente negro y ondulado que molduraban unos ojos de fuego posados fijamente en el Rey.
Pasado el susto de la aparición del monje, Alejandro sacudió el pañuelo en su dirección invitando-o:
- Ah, Maestro Bruno! Adelante, me contenta que hayáis accedido à mi invitación!
El monje negro adelantó unos pasos y hizo una reverencia corta, detalle que no le escapó à nadie.
- Maestro, sus vestimentas me despiertan inquietud y curiosidad, si me puede ayudar…
El tono jocoso del Rey no logró avergonzar al monje que le replicó amablemente:
- No soy un apóstata Majestad, mis circunstancias me superaron pero no las reniego en absoluto. Fue monje dominico y ahora sólo soy un humilde Maestro de Artes.
- Y, corren rumores que son malas artes Maestro, o al menos muy extrañas. Sois adorado por vuestros alumnos, la Universidad teme vuestra reputación y las Academias comparten las más diversas opiniones, de modo que tales controvérsias llegaron a mis oídos. Deseo conoceros y formar mi propia opinión, si le parece bien. Creo que es mi derecho saber quién acapara las atenciones debidas solamente à mí.
Las carcajadas resonaron con el relajamiento decurrente de las últimas palabras del Monarca pero el Monje no pareció inmutarse. Hizo otra corta reverencia y aguardó.
Alejandro fijó la mirada en Bruno y habló de esta vez en un tono que no tenía nada de gracioso: - He oído que sois un Mago Maestro Bruno…
- En que sentido Majestad?
- Vaya Maestro, no sabía que había más sentidos que los sugeridos por la palabra. Nuevamente se oyeran risas.
- Su fama lo ha precedido desde Toulouse, Maestro Bruno, resta saber en que sentido eres Mago y en que tipos de Magias eres versado. Eres capaz de destilar las más bravas esencias en los más ricos afrodisíacos? Eres versado en la ilustre ciencia de la Astrología? Posees el secreto alquímico de la transmutación de los metales? Quizás el don de las videncias le sea natural? O quizás, detén en su poder algún oscuro relicario que le confiere su ciencia tan famosa? Por cual explicación te decantarías Maestro?
El monje escuchó cabizbajo y con las manos cruzadas en el vientre en actitud de serena comprensión. Cuándo percibió que tenía la palabra alzó la vista y una tibia sonrisa se le dibujó en las fauces, hizo un gesto circular con la mano derecha y su figura mediana pareció alzarse portentosamente.
- Permítame aclarar tan grandiosa duda Majestad; vuestra lista me quedaría pequeña. Mi arte es universal y su ciencia es como un crisol que recibiendo el influjo da preciosa scintilla expande sus colores en las más infinitas direcciones.
El Rey se movió sorprendido: - Insinúa que eres un crisol, Maestro Bruno, o más bien, una crisálida, talvez?
Se oyeron nuevamente ricitos ahogados, pero a pesar del tratamiento dado al visitante mitad del salón se mostraba insólitamente quieta, à espera del desenlace dialéctico, como en un ágora.
En la fisonomía del monje no se apreciaban ni una señal de incómodo. Las manos volvieran a su sitio y mantenía los muslos aparentemente relajados. Parecía divertirse con la disputa y diría más, parecía no percibir la alternancia de bullicio y silencio a su alrededor. Sus ojos continuaban serenamente fijos en el Rey.
- La crisálida es un símbolo de transformación a nivel natural, Majestad, en el reino de la Luz operan muchas de ellas y se hacen llamar ‘Alquimistas’, los que transforman; su gloria es efímera pero su influencia permanente. Su deber es ampliar el rayo de esta influencia lo máximo posible, como el crisol reflejado por la scintilla.

Ahora sí el silencio imperaba absoluto, el roce de los vestidos exageradamente adornados apenas se distinguía. La legendaria guardia personal de los cuarenta e cinco asomó nerviosamente por el arco a ver que sucedía y allí se quedó. Canseliet se dio cuenta que hacía rato apretaba el corazón con el puño sin saber porque y se incorporó.
Alejandro Eduardo con un semblante inesperadamente abatido conspiró con el silencio decepcionando à quienes esperaban el reinicio del insólito debate. Entonces se levantó lentamente dejando escurrir el precioso manto dorado en el sillón:
- Reconoces ser uno de estos Alquimistas Maestro? Puedo saber a que juegas “transformar”?

- Únicamente los sueños, Príncipe de Justicia.
- Porque los sueños?
- Porque es la materia que debemos sublimar, la piedra a ser transmutada, la puerta definitiva. Una vez atravesado el umbral de esta puerta ya nada es igual, aquí somos el reverso de allí, y allí el reverso de aquí, las respuestas à todas las preguntas, pero no la interrogación última.
¿Quién guarda la puerta?
¿El que mira hacia delante y hacia atrás.



Libro Spiritu Peregrino






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Clavis Magna


Los 3 poderes

"...Amor, Memoria, Mathesis. Estos tres. Y el más grande de todos es el Amor. Por medio de la Mathesis, reducir la infinidad a categorías naturales de sentido y de orden, y crear sellos que son las almas secretas de sus complejidades. Por medio de la Memoria albergar en nuestro interior esos sellos y abrirlos a voluntad, recorrer el mundo de nuestro interior en cualquier dirección, combinar y volver a combinar la materia que la constituye y hacer con ella cosas nuevas nunca vistas hasta entonces. Y por medio del Amor, dirigir el alma hacia los mundos conquistándolos al tiempo que nos sometemos a ellos, ahogarse en la infinitud sin ahogarse:
el Amor necio y astuto, el Amor paciente y obstinado, el Amor dulce y fiero."

Giordano Bruno.

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