LORENZO VALLA

miércoles, 31 de marzo de 2010

Nació en Roma, aunque su familia era de Piacenza; tempranamente se ordenó sacerdote y obtuvo una cátedra de retórica y elocuencia en Pavía. Amaba el latín y el griego, los idiomas luminosos de la Antigüedad clásica. Ya para entonces había dado muestras de talento al escribir un tratado donde comparaba a los grandes oradores romanos y exaltaba su pasión por la elegancia del idioma latino. Pero la primera piedra de escándalo sería una obrita titulada "De Voluptate" ("Sobre El Placer"), donde uno de los personajes defiende la postura de que los goces del cuerpo son un bien en sí mismo y que el aquí y ahora puederesultar sublime; celebra la sexualidad libre, denuncia la castidad como un crimen y afirma sin tapujos que una prostituta es muy preferible a una virgen.
Sin importar que Valla estuviese de acuerdo o no con su personaje, lo cierto es que nadie jamás se había atrevido a enarbolar semejante doctrina en las narices de la Iglesia Católica. Esas ideas, más propias de un filósofo pagano como Epicuro y sus seguidores, habían estado proscritas durante al menos diez siglos. Por atrevimientos como éste y el polvo que levantaron, el bueno de Lorenzo finalmente se dio cuenta de la conveniencia de emigrar de Pavía. Pasó por varias universidades y cumplió encargos menores, y en el ínterin tuvo la suerte de conocer al rey Alfonso V de Aragón, un monarca que tenía asuntos sin resolver con el papado y que se convertiría en su protector. Fue trabajando en su corte de Nápoles que Valla se topó con el asunto por el cual hoy es ante todo recordado. La "Donación de Constantino" era un documento que literalmente ponía el Imperio en manos de la Iglesia. Un milenio atrás, según se afirmaba, el emperador Constantino, aquejado por la lepra, habría sido sanado por el papa Silvestre con un milagro, y en agradecimiento el soberano se dejó bautizar y le extendió un título en el que le cedía tanto a él como a sus sucesores la propiedad de Roma, de Italia, de Occidente, y aun de las sedes principales del mundo cristiano. El papado exhibía ese título orgullosamente cada vez que surgía un conflicto de intereses con monarcas y gobernantes. No sólo implicaba la posesión de tierras, siervos, edificios y ganancias, sino que también ponía a los propios reyes y sus estados bajo la dependencia del Papa, y se lo consideró prueba de autoridad durante toda la Edad Media. Lorenzo Valla descubrió el fraude. Se requería de una erudición ejemplar y una valentía próxima a la locura para develar que el latín del documento pertenecía inequívocamente al siglo VIII y no al IV, debido a que figuraban palabras que ni siquiera se usaban entonces y las discordancias históricas eran notables, empezando porque Constantino nunca tuvo lepra y fue efectivamente bautizado en su lecho de muerte por un hereje arriano cuando el papa Silvestre llevaba ya dos años muerto. En pocas palabras, alguien (presuntamente la cancillería papal) fraguó el documento en tiempos del senescal Pipino para hacerse con el botín del Imperio allá por el setecientos cincuenta y pico. Todo era una mentira vergonzosa. El antídoto no se publicó hasta 1517, pero sus repercusiones tempranas llegaron hasta el papa Eugenio IV y las bambalinas del poder se estremecieron. Cuando siglos más tarde (1849) la República Romana recuperó las propiedades mal habidas de la Iglesia, ésta también entonces esgrimió su bendita Donación De Constantino, pero los republicanos ya estaban esperando con el librito devastador de Lorenzo Valla en la mano. Fue Mussolini, sesenta años después, quien le devolvió sus privilegios temporales al Papa y la soberanía sobre la Ciudad del Vaticano. Puede que los fascistas nunca se hayan preocupado demasiado por la filología; ni por la justicia, en definitiva. Pero volviendo a nuestro hombre, está claro que por mucho menos en aquella época se torturaba y quemaba gente. Ni aun así el joven latinista se calmó. Reveló que una famosa carta de Jesús al rey Abgar era también una burda falsificación y hasta se animó a discutir que el credo de los apóstoles no podía haber sido escrito realmente por los doce apóstoles. Emprendió una comparación entre la Vulgata (traducción de la Biblia al latín hecha por San Jerónimo) y el Nuevo Testamento griego que dejaba a la primera muy mal parada, dando así otro golpe fatal a los cimientos torcidos de la religión. Para Valla no había documento antiguo que fuera en verdad sagrado si esto lo ponía lejos del alcance de la crítica más implacable. No contento con aplicarle el rigor a los textos, también lo ejerció sobre las instituciones. Ya antes se había metido en problemas por su censura al método jurídico de Bartolo Da Sassoferrato lo mismo que a la filosofía escolástica, dos lastres medievales que se resistían a toda renovación y eran considerados intocables. Pero cuando se metió con los monjes, ardió Troya. Allá por 1442 escribió un librito titulado "De Professione Religiosorum" ("Sobre los Votos de los Religiosos") en el que exponía la hipocresía de la vida monástica. Reprochaba a los frailes su vagancia y su abandono, y les echaba en cara que con sus votos de pobreza no renunciaban a los bienes terrenales sino que se los procuraban sin esfuerzo con la caridad, y para colmo pretendían que su estilo de vida debía tomarse como modelo de perfección espiritual. El papa Eugenio IV al parecer no aprobaba tamaño despliegue de sinceridad, así que envió a los buitres de la Inquisición tras el filólogo, que sólo se salvó por la intervención del rey Alfonso y su rápida huida disfrazado a Barcelona. Pero con sangre en el ojo y todo, un día el papa murió, y su sucesor Nicolás V se dio cuenta de que un hombre de semejante talento no debía ser desperdiciado, o bien le pareció menos peligroso tenerlo cerca que lejos, o vaya a saber uno el motivo, pero el caso es que terminó nombrándolo secretario apostólico en Roma. Algunos llamaron a esta decisión "el triunfo del Humanismo sobre la tradición y la ortodoxia", aunque si la Curia soñaba que con un cargo pontificio iba a aplacarse su espíritu, es claro que se equivocó. Continuó ridiculizando el latín de la Vulgata, masacró las pretensiones de autenticidad de una supuesta correspondencia entre San Pablo y el filósofo romano Séneca, y hasta se dio el lujo de acusar de hereje al Padre de la Iglesia San Agustín. Su gran batalla por el idioma le deparó también odios y vergüenzas. En 1444 terminó de escribir "De Elegantia Linguae Latinae" ("Sobre la Elegancia de la Lengua Latina"), un tratado en el que predicaba una mayor precisión en el uso de los términos aunque ello implicara la incorporación de palabras romances, y en realidad apuntaba a un verdadero proyecto de refundación cultural del latín. Fue uno de los primeros científicos de la lengua y, aunque en su momento el impacto resultó limitado, un par de generaciones más tarde sus ideas encontrarían eco en Erasmo, en Luis Vives, en Miguel Servet y en todos los grandes humanistas que desde entonces han sido. El epitafio en su tumba, según cuenta un discípulo suyo, decía: "Aquí yace Lorenzo Valla, la gloria de la lengua romana: porque fue el primero en enseñar el arte del discurso elevado". Pero en su día, a causa del bendito idioma, se vio enzarzado en las disputas más crueles e indecorosas con colegas que lo insultaron tanto como él los insultó a ellos. Dicen que su última aparición pública fue como invitado de los dominicos para hablar en el aniversario de la muerte de Santo Tomás de Aquino, el llamado Doctor Angélico, la maravilla de la orden, abanderado en la filosofía y la teología y convertido luego en el pensador oficial de la Iglesia. Se esperaba un discurso que celebrara sus virtudes y pusiera una sonrisa de orgullo en el ánimo de la asamblea. Pero ante sus oídos atónitos, Valla se despachó con un ataque al estilo y las ideas del santo como para poner los pelos de punta. Vaya a saber uno cómo acabó el incidente. Habrán volado bancos de iglesia sobre las cabezas y nadie gritó '¡milagro!'... Y es que el tipo sencillamente no sabía callarse. Su lengua y su pluma iban adonde los argumentos apuntaran sin importar las consecuencias. Era pedante, frontal, vanidoso, polémico, a menudo temerario, y sus enemigos lo acusaron de prácticamente todo, incluyendo sacrilegio e impudicia. Pero Lorenzo Valla, humanista y polígrafo del Renacimiento, erudito y amante del latín, polemista inclaudicable y heraldo del pensamiento libre, hizo sonar más de un tiro para el lado de la verdad cuando el mundo se hallaba aprisionado en las sombras feroces del oscurantismo. Honor se le depare a quien honor merece.

Texto by https://cesarfuentesr.com.ar/19_nav.php?nota=7 

1 comentarios:

SE 29 de julio de 2010, 22:31  

Pues sí, un hombre de los que hacen falta en todos los lugares y en todos los tiempos. Creo que aún nos quedan muchas transgresiones y revisiones si queremos llegar a algo...

Clavis Magna


Los 3 poderes

"...Amor, Memoria, Mathesis. Estos tres. Y el más grande de todos es el Amor. Por medio de la Mathesis, reducir la infinidad a categorías naturales de sentido y de orden, y crear sellos que son las almas secretas de sus complejidades. Por medio de la Memoria albergar en nuestro interior esos sellos y abrirlos a voluntad, recorrer el mundo de nuestro interior en cualquier dirección, combinar y volver a combinar la materia que la constituye y hacer con ella cosas nuevas nunca vistas hasta entonces. Y por medio del Amor, dirigir el alma hacia los mundos conquistándolos al tiempo que nos sometemos a ellos, ahogarse en la infinitud sin ahogarse:
el Amor necio y astuto, el Amor paciente y obstinado, el Amor dulce y fiero."

Giordano Bruno.

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